A nuestro alrededor, como canta Jimmy Fontana, gira el mundo como siempre, pero durante estos días, nuestro tren se ha parado aquí. Hemos tomado posesión de esta casa y nos hemos descalzado.
Dejamos atrás Madrid, y con ello también el ruido. Primero desaparece el ruido externo, progresivamente al principio, y después, de sopetón. Poco a poco, y en función de los tiempos de cada uno, vamos bajando revoluciones y se va reduciendo también el ruido interno. Parte de ese runrún que traemos de casa y que nos preocupa va quedando relegado a un segundo plano, y de una forma u otra, la otra parte se recoloca.
Hemos venido acogiendo una invitación a ponernos a tiro. A pasar por dentro. A sentir y gustar internamente. El cómo no va a depender mucho de nosotros, y somos conscientes de que durante estos días reinan otros ritmos. Sintiéndonos en familia, desde la primera toma de contacto recordamos que lo afectivo es lo efectivo. Y basta con mirar y callar.
Poco a poco se van relajando los semblantes. Empezamos a andar más despacio y damos paseos en círculos por el jardín, como solo hacen las personas que saben que tienen tiempo. Nos distraemos con cosas que en el vaivén de la rutina ni siquiera somos capaces de percibir. El sonido de los pájaros, la manera de moverse del de al lado, los cubiertos que chocan contra los platos... De repente estas cosas tan simples tienen nuestra atención, y parecen querer ridiculizar a propósito el piloto automático y las urgencias a las que está sometido nuestro día a día.
«Solo se ve lo que se mira, y solo se mira lo que se tiene en mente» dice Edu en un momento dado. Y ahí va mi primer cañonazo. ¿Dónde tengo puesto yo el ojo?
Lo voy rumiando a lo largo del fin de semana rodeada de muchas miradas que también se están haciendo preguntas. Somos conscientes de que este pequeño paréntesis no es estación de llegada, sino estación de partida. Por suerte, tenemos una buena hoja de ruta.
¡Que tengáis buen comienzo de semana!
BM.
Un fin de semana 10