He pasado la última semana lejos, con la mente en blanco para todo lo que tuviese que ver con Madrid.
Eran tan ansiadas las vacaciones y tales las ganas de desconexión, que una parte de mí temía haber fijado demasiado altas las expectativas. «No sé qué me va a recargar más las pilas, si el sitio, el sol o el team» me decía Cris pocos días antes del viaje. Aunque era bastante predecible, ahora tenemos la certeza de que la respuesta correcta era todas las anteriores.
El equipo en cuestión se formó hace solo un año, y ya llevamos a la espalda dos viajes difícilmente superables. Entonces yo volvía a Boston a visitar a Cris, y Silvia (a la que no conocía) hacía lo mismo para ver a Fer, para después viajar las cuatro juntas a Nueva York y pasar allí unos días.
Nos cayó la del pulpo, y como comentaba Fer el otro día, probablemente si no hubiese llovido tanto, no habríamos hecho piña tan rápido. Pasamos cuatro días bajo el agua con bastante humor, encontrando refugio en cafeterías en las que nos instalábamos durante horas y abríamos debates.
Vaticinando que ese grupo había venido para quedarse, Silvia insistía sin parar en que el próximo viaje tendría que ser a un destino que garantizase sol. La pobre acabó con placas y malísima. Jamás olvidaré la estampa que nos regaló paseando por Nueva York hasta las cejas de antibiótico, con paraguas en mano y un look aparentemente estupendo de botines y falda larga, que solo nosotras sabíamos que escondía debajo unos pantalones calentitos de pijama.
Su súplica por un viaje a un destino soleado caló. A la hora de decidir qué hacíamos este año para reencontrarnos las cuatro, solo se valoraban lugares con playa, cada uno más exótico que el anterior. Yo, que ante el concepto de unas vacaciones en Cancún he defendido siempre que para tomar el sol tengo más cerca Mallorca, temí haberme convertido en lo que juré destruir. No sabía ni qué era Holbox hasta que se propuso como destino en nuestro grupo de WhatsApp, pero la decisión no podría haber sido mejor y vuelvo maravillada con esta isla situada al norte de la península de Yucatán, en la que la vida va a otro ritmo.
Nuestra mayor preocupación ha sido echarnos suficiente crema. Hemos comido mucho guacamole y muchos tacos. Nos hemos arreglado para ver la puesta de sol y salir a cenar después de largos días de playa, escuchando música e intercambiando ropa y bisutería. Hemos desayunado con calma, leído tranquilamente y andado escopetadas hacia la orilla huyendo del calor. Hemos tomado el sol (cada una en función de su nivel de tolerancia a este) y mantenido tertulias en el agua en las que hablábamos sobre todo y sobre nada.
Acercándose ya el final del viaje y con mi subconsciente cada vez más cerca de España, en uno de mis chapuzones y sin saber muy bien por qué, me hace click en la cabeza una afirmación que ha hecho Cris en algún momento de los últimos días. «No pasa nada, nunca pasa nada». No recuerdo a qué se refería y probablemente ella tampoco, solo sé que era un asunto bastante trivial, que yo estoy extrapolando ahora a una situación vital. Con la capacidad de relativizar que te dan las vacaciones y la distancia tanto física como mental de la rutina, por primera vez en bastante tiempo respiro tranquila, consciente de todas las preocupaciones que llevo últimamente en la mochila, que tienden a ser mayores en mi cabeza de lo que luego acaban siendo en realidad. ¿Y si me estoy equivocando? ¿Y si hubiese dicho algo más? ¿Y si hubiese dicho menos? ¿Y si no sale bien?
No pasa nada porque aquí estamos, la vida sigue y no ha pasado nada. Al final nunca pasa nada. Me hace gracia pensar que estoy teniendo un momento trascendental rodeada de gente completamente ajena a lo que se me está moviendo por dentro. Me viene entonces a la cabeza mi frase favorita de Il Mondo, cuando, después de abrir los ojos y mirar alrededor «intorno a me girava il mondo come sempre».
Tiene gracia esto de los tiempos porque mientras canturreo que el mundo no se ha parado nunca ni un momento, que la noche siempre sigue al día, y que el día llegará, Silvia se mete en el agua. Cuando nos quedamos solas me cuenta que se acaba de terminar Ensayo General de Milena Busquets, que a mí me hacía especial ilusión que se leyese durante el viaje. Comentamos nuestras impresiones y reflexiones favoritas, de las que rescatamos la siguiente:
Ensayaremos con la mejor fe posible y la próxima vez, o dentro de mil veces, lo haremos mejor, y un día no muy lejano, lo haremos perfecto. «Claro, hay margen siempre», añade Héctor, mi hijo de quince años, al salir del teatro, «otra gente, otras oportunidades, otros libros, otras películas, incluso tal vez haya otra vida.»
Y salimos del agua, esperando aguantar al sol un poquito más que la última vez.
¡Buen comienzo de semana!
BM.
todo pasa y todo queda, decía machado (y Serrat :)). También lo dijo Milena Busquets (y un proverbio chino) en su "También esto pasará" y lo he leído en inglés alguna vez: this too shall pass. será que todos nos damos cuenta de ello en algún momento!! me ha gustado mucho :D
Qué preciosidad de publicación y qué necesidad. Las echaba mucho en falta. Lo primero decirte que no me ha podido encantar más tu comentario en modo abuela propia de 70 años, como podría haberlo hecho yo, de “para tomar el sol ya tenemos Mallorca”. Y, cambiando completamente de tercio, mi adorada canción de Jimmy Fontana es maravillosa y te recomiendo que escuches la versión de Il Volo también preciosa. Sin embargo, no puedo resistirme a decirte que la canción perfecta para tu cita de esta publicación era el “Y no pasa nada” de mi querido Parrita. Creo que en tu casa va a gustaros mucho. Ya estoy escuchando a Helen tocando las palmas desde aquí. Feliz semana!