Llevo rumiando mis grandes deseos varios meses a raíz de una conferencia de José María Rodríguez Olaizola a la que asistí en enero. Se titulaba «Descubrir tu lugar en el mundo. Vivir con vocación», y aunque estaba convocada por una asociación de padres de alumnos, no fuimos pocos los jóvenes que acudimos a ella alentados por un título cuando menos inspirador.
Ya en la premisa inicial encontré el concepto de vocación que más me ha gustado hasta la fecha: «encontrar la vocación es ser capaz de aterrizar los grandes deseos».
¿Cuáles son los grandes deseos de nuestra vida?
¿Somos conscientes de la jerarquía de esos deseos?
¿Qué es lo esencial, lo que nos define?
¿Asumimos que comprometerse implica renunciar?
Estas fueron algunas de las preguntas que apunté entre mis notas, consciente de que esa hora de conferencia iba a regalarme más de una reflexión existencial.
Me gustó la insistencia del ponente en considerar la vocación como una historia y no solo un momento («nuestra forma de ver la vida va cambiando y en base a ella reformulamos») pero lo que verdaderamente me enganchó fue el papel que tuvieron en su discurso la juventud y el paso a la vida adulta. La juventud fue marcada por Olaizola como la época de formular nuestros grandes deseos «como horizonte vital y opciones que ordenen nuestra vida y nos movilicen» y el paso a la vida adulta, como el aterrizaje de esos grandes deseos.
Muchas dimensiones en la vida son vocacionales y durante los últimos meses me reconozco en una pista de baile en la que conviven estas dos etapas. Cada uno va a su ritmo y despunta en un estilo concreto, pero poco a poco vamos enfrentando lo que queremos ser con lo que realmente somos. Hacemos de ello camino y saboreamos ese paso a la vida adulta donde van apareciendo pistas de aterrizaje que lejos de asentarnos en tierra, nos movilizan.
¡Buen comienzo de semana!
BM.
25 años buscando mi vocación y los que me quedan :)
Muchas gracias Marta por tus reflexiones!